Cogí a mi hermanastra, me esperaba sin ropa interior a medianoche
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La noche estaba en calma, pero nosotros desatamos la tormenta. Mi hermanastra, sin nada cubriendo ese culito perfecto, me esperaba ardiendo de deseo, con el coño húmedo que me hacía perder la razón. Cada suspiro suyo encendía mi fuego, y sin poder contenerme, la tomé con pasión desbordada, haciendo que nuestras pieles se fundieran en un vaivén salvaje. La intensidad de ese instante prohibido se sentía en cada gemido, en cada roce, en cada embestida ardiente que nos llevó al éxtasis. Así, bajo la luna, la lujuria dominó nuestro secreto pacto.









